Me pregunté si no habría personas destinadas a encontrarse fuera cuáles fueran las decisiones que tomasen, si esa leyenda que hablaba de un hilo rojo que conecta a dos almas gemelas no sería verdad.
—Voy a alargar esto todo lo que pueda, Becca, y cuando hayamos acabado comenzaré de nuevo. Y así hasta que amanezca porque ya será mañana y no tendrás que preguntarme qué va a ocurrir con nosotros. Esta noche serán todos los días y todas las noches a partir de ahora.
Debería haber sabido que no se puede huir de lo que eres, y que si quieres que las cosas sean distintas tienes que empezar por cambiar tu forma de verlas y enfrentarte a ellas.
Todo lo que puedo hacer es esperar, dejar pasar los días. El tiempo no lo cura todo, esa es una mentira que se repiten los que están desesperados por olvidar, pero sí consigue poner en espera los sentimientos y las emociones. Apartas los recuerdos y los recluyes en una zona de tu mente a la que, con suerte, solo accedes en esas noches en las que te cuesta conciliar el sueño. Al final, logras vivir y seguir adelante aunque sepas que hay una parte de ti que malvive como puede. Haces balance y llegas a la conclusión de que eres más o menos feliz, y procuras no mirar atrás.
—Estás loca —comentó en apenas un susurro. —Cuéntame algo que no sepa. —Que estás preciosa cuando te ríes así. —¿Así cómo? —inquirí. Me mordí el labio inferior y a él se le escapó un suspiro. Tardó tanto en contestar que creí que no lo haría. —Como si la felicidad te estuviera besando en la boca.
Alex es como un arma de destrucción masiva, pero con encanto.
En ocasiones, la vida pone en nuestro camino a personas que, por un motivo u otro, no necesitan más que unas pocas horas para ganarse un lugar en nuestro corazón. A veces, basta una mirada cómplice, una caricia en el dorso de la mano o un beso robado para conectar con alguien. Y de repente, y aunque suene a tópico, es como si os conocierais desde siempre.
Hay amores que duran toda una vida y otros que apenas llegan a unos pocos meses, pero ambos pueden ser verdaderos. La realidad es que sentimos lo que sentimos, independientemente del tiempo que hace que conocemos a esa persona -prosigue, y creo que me he perdido-. Existe gente que se quiere hasta el día de su muerte y, sin embargo, no pasa toda la vida junta.
—Vamos, B. Te llevo a casa. —¿Y los demás? ¿Lucía se ha ido sin mí? —¿Tienes miedo de volver a montar conmigo? —se burló él, y me dio la sensación de que había escogido las palabras de forma deliberada—. En moto, quiero decir. «No muerdas el anzuelo», me dije, consciente de que me estaba desafiando. —Creo que cogeré un taxi. Enarcó las cejas, divertido por mi indecisión, y se cruzó de brazos a la vez que esbozaba una sonrisa de suficiencia. —Prometo no ir demasiado deprisa para ti —aseguró, y de nuevo no supe dilucidar si solo hablaba de la velocidad suicida a la que conducía o estaba adquiriendo otro tipo de compromiso.
¿Sabes? Solo tienes una vida, y es demasiado corta para que esperes a ser feliz mañana, porque mañana puede que tampoco lo seas, ni pasado mañana... Y pasarás los días anhelando convertirte en otra persona, porque ya ni siquiera recordarás quién eres.
Dicen que no puedes enamorarte de las alas de alguien y luego pretender cortárselas.
Alex es tan adicto a la tinta como en su día lo fue a mis besos. Lástima que yo no fuera para todo la vida.
La nuestra es una historia larga, tortuosa, algo enfermiza, pero con momentos dulces e inolvidables. Es muchas cosas, tantas que resulta imposible que acabe nunca y, sobre todo, que acabe bien.
Me besaba como si el ahora fuera todo cuanto importaba pero también como si deseara hacerlo para siempre.
-No deberías beber tanto, imagina la decepción de tu amiguita si luego... ya sabes... -Tranquila, soy perfectamente capaz de cumplir. -No me lo jures. -¿Qué? -Que es fantástico, Lucas. Te felicito por ser tan eficiente. -Bebe-me indicó, más como una orden que como una sugerencia. Cambió su vaso vacío por uno lleno y se lo volvió a tragar de golpe-. Te veo tensa. -No soy yo el que se está bebiendo hasta el agua de los floreros.
—Que no voy a dejarte ir, que no pienso olvidarme de ti o castigarte con una fingida indiferencia —confiesa con tanta vehemencia y rabia que es como si las palabras le desgarraran la garganta al salir—. Que si te vas, te perseguiré. Da igual la distancia que te atrevas a interponer entre nosotros o las barreras que creas que puedes levan- tar para escapar de mí. Si alguna vez he sentido algo por alguien, si alguna vez una persona ha conseguido escarbar en mi corazón maldito, esa has sido tú, Siah. Nadie más que tú.
—No esperes que te diga que no te convengo o que te suelte un elaborado discurso sobre lo mal que acabará todo esto y las razones por las que no deberíamos estar besándonos —me dice sin rastro de burla en la voz—. No hay nobleza en mí y tampoco tengo alma de mártir.
Solo había una persona en la que pensaba cada noche, justo antes de quedarme dormida, y que me obligaba a olvidar por la mañana al despertar, aunque no hubiera sido consciente de ello hasta ese momento.
Al margen del paréntesis en el pulso constante que manteníamos desde que nos habíamos conocido, yo creía seguir teniendo claro lo que me convenía. Hubiera firmado en ese mismo instante por una aventura de una noche con algún tipo guapo y amable, algo que devolviera mi corazón a la vida, que me mostrara que los para siempre no existen pero los aquí y ahora no están tan mal. Porque seguir esperando el amor perfecto me resultaba pueril y ya había descubierto que la ingenuidad solo se traduce en dolor y heridas que nunca terminan de cicatrizar.
«Deja de pensar en cosas duras», me reprendí. Mantuve la vista alta, solo para evitar tentaciones.